La criada muestra al asno el itinerario a seguir en la fuga.
CAP 2.25 LOS DOS TENORES (Especialistas en el arte del rebuzno)
Le hervía la sangre a don Quijote, por la expectación que había originado en él, la esperada historia del mozo de la lanzas. No pudiéndose morder más las uñas, porque mascaba carne dactilar, se dirigió hacia las caballerizas, donde estaba el mozo en cuestión adecentando el macho. ¡Pero “quillo” acaba ya y cuéntame esa historia de una vez!! –le gritó don Quijote al macho varas, que diga, lanzas-. Al final tuvo don Quijote que limpiar el pesebre y ponerle el pienso al macho, porque al otro colega no se le quitaba la galbana de encima (a esto no lo llamaría yo humildad de nuestro hidalgo, sino desesperanza).
Finalmente se sentaron ambos en un poyo, rodeados de el primo, el paje, Sancho y el ventero, quienes le hacían de auditorio y senado; que si también pudieran hacer de Congreso y Consejo de Ministros el país andaría mejor de lo que anda (¿no se imaginan ustedes a don Quijote haciendo de Zapatero, a Sancho de vicepresidenta de la Vega y al mozo de las lanzas de Carme(n) Chacó -o Chacón, que no sé catalán-??. Seguro que la “Alacrana” hubiera inoculado menos veneno). Por fin empezó el relato: “-«Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno…”
No pasemos por alto el motivo de la desaparición del asno: “..por industria y engaño de una muchacha criada suya…”. ¿Qué se traería entre manos el regidor con la criada?. ¿Estaremos ante un caso de acoso y abuso de autoridad hacia una tierna criada, y ella, para conservar lo más preciado, no tuvo más remedio que huir a lomos de burro?. Después que pasaron quince días sin aparecer el asno, se le acercó a este regidor otro regidor que dijo haber visto al borrico: “En el monte -respondió el hallador-, le vi esta mañana, sin albarda y sin aparejo alguno, y tan flaco que era una compasión miralle. Quísele antecoger delante de mí y traérosle, pero está ya tan montaraz y tan huraño, que, cuando llegué a él, se fue huyendo…”
El regidor B le propone al A, salir al monte, y “entrambos” ir “A la recherche du âne perdu”. Pero antes que nada, el regidor-colaborador, debería dejar su borriquilla en casa ( no quiero ni pensar en que esta “tierna” borriquilla tenga algo que ver con la posterior muerte del burro, o suicidio “borriquil” tal vez). El plan era que, en Saliéndose al monte, se separarían, y, cada uno por un lado, empezarían a reclamar al burro perdido a base de rebuznar cada cual todo lo mejor que pudiese. Tan bien articulaban los regidores el acto de la “rebuznancia” que, cuando uno escuchaba al otro, pensaba que el autor de contrario rebuzno no podía ser otro que el emitido por el mismísimo burro. Así se reencontraron varias veces, tal era la calidad de sus rebuznos: “porque el sonido que tenéis es alto; lo sostenido de la voz, a su tiempo y compás; los dejos, muchos y apresurados”. (seguro que estos hortelanos-regidores, de haber practicado algo, hubieran tenido un brillante futuro en el bel canto,).
Finalmente, y a fuerza de darle muchas vueltas al monte, los munícipes encuentran al cadavérico burro, diciendo su dueño que cómo les iba a contestar si estaba más tieso que un ajo: descanse en paz. De momento que se corrió la voz por aquellos terrenos y colindantes, del poliglotismo de los dos regidores, y de que se expresaban con la misma facilidad en un lenguaje que en el otro, los habitantes de los otros pueblos y aldeas empezaron a mofarse de los paisanos de los “pavarottis”. Y a tal grado de violencia había llegado ya la consecuencia de la burla, que se entablaban auténticas batallas campales. Las lanzas y alabardas que transportaba en el macho, añadió el mozo, que las llevaba para usarlas contra el vecino enemigo pueblo en una próxima batalla. Y con esto dio fin el mozo a la historia del cómo buscar un burro en el monte y no morir en el intento.
Y en esto, entró por la puerta un hombre que con alta voz pedía posada para él, el mono adivino y el retablo de maese Pedro (sé amigos, que vosotros al escuchar este nombre tampoco podéis evitar pensar en nuestro profe POE, a quien ya no confundimos con Edgar Allan. Saludos Pedro si ya llegaste). Al mismísimo Duque de Alba pusiese yo en la calle, para dársela al señor maese Pedro, le contestó el ventero.
Nota Revulsiva con frase imprescindible: Creo que me he “recreado” mucho con el principio del cap. y ahora me falta tiempo para comentar el resto. Pero no voy a pasar por alto la siguiente frase:
- “Ahora digo -dijo a esta sazón don Quijote-, que el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho”.
Ya aconsejaba Cervantes en aquellos tiempos la lectura… (de don Quijote incluido) y viajar para no vivir y morir encasillados en nuestras propias miserias.